5/06/2012

El pulso de la realidad, un test del momento presente, el rostro ilegible de la moral pública, pueden quedar perfectamente configurados una mañana de junio con el ejercicio simple de la lectura de periódicos.
Esta excursión mañanera por la letra impresa nos lleva, por ejemplo, a comprobar como Maria Dolores de Cospedal es una de las asistentes a la reunión de esa mafia o logia del poder y del dinero que es el club de Bilderberg. En un selectísimo hotel de Saint Moriz, en Suiza, están, entre otros, Jean Claude Trichet, Kissinger, Rockefeller, Herman van Rompuy, la reina Doña Sofía, Juan Luis Cebrían y la señora Cospedal.
No es de extrañar. Una señora que gana 400.000 € al año, obtenidos de las arcas públicas, sin contar los que va a ganar como nueva presidenta de Castilla La Mancha, tiene que resultarle “interesante” a estos hoolingans del dinero ajeno.
Por otro lado, lee uno las declaraciones de Paula Sánchez de León, portavoz del gobierno valenciano, que califica los regalos recibidos por la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, como “normales”, ya que considera que “el regalo” es un “uso social” y que sólo la “ética personal” marca las fronteras entre lo normal y lo delictivo.
Algo así como que practique “la elegancia social del regalo”, o sólo “rendiré cuentas ante Dios”. Y es que el autor de los regalos es el constructor Enrique Ortiz, beneficiado multimillonariamente por el PGOU alicantino, conocido en los ambientes del ladrillo como “Polla insaciable”, que ha declarado en un alarde de su proverbia elegancia semántica que “por qué güevos tengo que dar explicaciones de mis regalos”.
Y finalmente uno lee la obligada declaración de bienes que para poder tomar su acta de concejal ha tenido que hacer el cordobés Rafael Gómez y se queda, no ya indignado, sino estupefacto, cuando en un acta notarial, Sandokan afirma que sólo tiene 4.000 € en los bancos.
Una persona que se ha pasado los últimos 25 años navegando por la cresta de la burbuja inmobiliaria, que ha importando, como un descosido, diamantes de Sudáfrica, y que se ha autoerigido “un triunfo de San Rafael” con la propia faz en un lugar de la costa, tiene tan humilde saldo en sus cuentas.
Y es que uno cree que este el momento más bajo de la moral pública en nuestro país en toda su historia. Que casi todo lo que se dice, se toca o se come, es mentira. Que nos toman por imbéciles, que duplicamos nuestra propia realidad y además los votamos, mayoritariamente, o que, nuestras odiosas moléculas de mujeres y hombres del siglo XXI están a punto de bajar las persianas.
O que, simplemente, como gritan todos los indignados del mundo unidos, “No hay pan para tanto chorizo”. O chorizas.
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